Moscú, Publicada a fines de enero de 1925.
- Lenin me
había hablado muchas veces del problema de la mujer. Se veía que
atribuía una importancia muy grande al movimiento femenino, como parte
esencial, en ocasiones incluso decisiva, del movimiento de las masas.
Huelga decir que, para él, la plena equiparación social de la mujer con
el hombre era un principio inconmovible, y que ningún comunista podía ni
siquiera discutir. Fue en el gran despacho de Lenin en el Kremlin
donde, en el otoño de 1920, tuvimos la primera conversación un poco
larga acerca de este tema. Lenin estaba sentado en su mesa de escribir,
que, cubierta de papeles y de libros, hablaba de estudio y de trabajo,
sin que reinase en ella ningún “desorden genial”.
—Tenemos que crear a todo trance un fuerte movimiento femenino internacion
al sobre una base teórica clara —dijo Lenin, encauzando la conversación después de las palabras de saludo.
—Sin teoría marxista no puede haber una buena actuación práctica,
esto es evidente. Nosotros, los comunistas, necesitamos también de una
gran pureza de principios en esta cuestión. Tenemos que distinguirnos
nítidamente de todos los demás partidos. Desgraciadamente, nuestro
segundo congreso internacional ha fallado en el modo de plantear el
problema de la mujer. Planteó el problema, pero sin llegar a tomar una
posición ante él. El asunto se halla todavía en poder de una comisión.
Esta se encargará de redactar una proposición, tesis, líneas
directrices. Sin embargo, hasta hoy no ha hecho gran cosa. Es necesario
que usted eche una mano.
Lo que Lenin me decía lo había oído ya por otro conducto,
manifestando mi asombro ante ello. Estaba entusiasmada de todo lo que
las mujeres rusas habían aportado a la revolución y de lo que todavía
aportaban para defenderla y sacarla adelante. El partido bolchevique me
parecía también un partido modelo, el partido modelo por excelencia, en
lo tocante a la posición y actuación de la mujer dentro de él. Este
partido aportaba, por sí solo, elementos valiosos, disciplinados y
expertos y un gran ejemplo histórico al movimiento femenino comunista
internacional.
—Sí; eso es cierto, y es magnífico y está muy bien —dijo Lenin, con
una sonrisa silenciosa, apenas esbozada—. En Petrogrado, aquí, en Moscú,
en las ciudades y centros industriales y en el campo, las proletarias
se han portado maravillosamente en la revolución. Sin ellas, no
habríamos triunfado. O habríamos triunfado a duras penas. Yo lo creo
así. No puede usted imaginarse lo valientes que fueron y lo valientes
que están siendo todavía. Represéntese usted todas las penalidades y
privaciones que soportan estas mujeres.
“Y las soportan porque quieren que los Soviets salgan adelante,
porque quieren la libertad, el comunismo. Sí; nuestras proletarias son
unas magníficas luchadoras de clase. Merecen que se las admire y se las
quiera. Por lo demás, hay que reconocer que también las damas de la
“democracia constitucional” demostraron en Petrogrado mucha más valentía
contra nosotros que los hombrecillos terratenientes. Eso es verdad. En
el partido, tenemos camaradas de confianza, inteligentes e incansables
para la acción. Con ellas, hemos podido cubrir no pocos puestos
importantes en los Soviets y Comités ejecutivos, en los comisariados del
pueblo y en las oficinas públicas. Algunas trabajan día y noche en el
partido o entre las masas de los proletarios y los campesinos y en el
Ejército rojo. Esto, para nosotros, tiene mucha importancia. Y lo tiene
también para las mujeres del mundo entero, pues demuestra la capacidad
de la mujer, la gran importancia que tiene su valor para la sociedad. La
primera dictadura del proletariado está siendo su verdadero campeón en
la lucha por la plena equiparación social de la mujer. Desarraiga más
prejuicios que muchos volúmenes de literatura feminista. Pero, a pesar
de todo y con todo, todavía no existe un movimiento femenino comunista
internacional, y es necesario crearlo a todo trance. Es necesario
entregarse inmediatamente a esta tarea. Sin esto, la labor de nuestra
Internacional y de sus partidos no es ni será nunca lo que debe ser. Y
hay que conseguir que lo sea, pues lo exige la revolución. Cuénteme
usted en qué situación está la labor comunista en el extranjero”.
Le informé acerca de esto, todo lo bien que podía hacerlo, dada la
mala e irregular articulación que por aquel entonces existía en los
partidos afiliados a la III Internacional. Lenin escuchaba mis palabras
atentamente, con el cuerpo un poco inclinado hacia adelante, sin asomo
de cansancio, de impaciencia o de hastío, siguiendo con reconcentrado
interés hasta los detalles más secundarios. No he conocido a nadie que
escuchase mejor que él ni que mejor ordenase lo escuchado, sacando de
ello las conclusiones generales. Así lo denotaban las preguntas rápidas y
siempre muy concretas con que interrumpía de vez en cuando los informes
y el modo certero con que volvía después sobre este o aquel detalle de
la conversación. Lenin tomaba algunas notas rápidas.
Como era natural, analicé con especial detenimiento la situación
alemana. Expuse a Lenin la insistencia con que Rosa Luxemburgo planteaba
la necesidad de ganar para las luchas revolucionarias a las grandes
masas femeninas. Al fundarse el partido comunista, acuciaba porque se
lanzase un periódico para la mujer. Cuando Leo Jogisches, en la última
entrevista que tuvimos —dos días antes de que le asesinasen— discutió
conmigo las tareas inmediatas del partido y me encomendó algunos
trabajos, figuraba entre éstos un plan para la organización de la labor
entre las mujeres trabajadoras. En su primera conferencia clandestina,
el partido se había ocupado de este asunto. Las agitadoras y dirigentes
que antes de la guerra y durante ésta se habían destacado como mujeres
disciplinadas y expertas dentro del movimiento, se habían quedado casi
sin excepción dentro de la socialdemocracia, reteniendo con ellas a las
proletarias más inquietas. No obstante, se había logrado reunir ya un
pequeño núcleo de camaradas muy enérgicas y dispuestas a todos los
sacrificios, tomaban parte en todos los trabajos y en todas las luchas
del partido. Este núcleo de mujeres se había puesto ya a organizar la
actuación sistemática entre las proletarias. Naturalmente, estaba todo
en sus comienzos todavía; pero eran ya, desde luego, comienzos muy
prometedores.
—No está mal, nada mal —dijo Lenin—. La energía, la capacidad de
sacrificio y el entusiasmo de las camaradas, su valentía y su habilidad
en tiempos clandestinos abren una buena perspectiva sobre la labor
futura. Son elementos muy valiosos para el desarrollo del partido y su
robustecimiento, para su capacidad de atracción sobre las masas y para
planear y desarrollar acciones. Pero, ¿qué tal andan las camaradas y los
camaradas en punto a claridad y a disciplina en cuanto a principios?
Esto tiene una importancia fundamental para el trabajo entre las masas.
Influye enormemente sobre lo que pasa entre las masas, saber lo que las
atrae y entusiasma. De momento, no recuerdo quién fue el que dijo que
“para hacer grandes cosas hay que entusiasmarse”. Nosotros y los
trabajadores del mundo entero tenemos todavía, realmente, grandes cosas
que hacer. Veamos, pues, ¿qué es lo que entusiasma a esas camaradas, a
las mujeres proletarias de Alemania? ¿Cómo andan de conciencia
proletaria de clase? ¿Concentran su interés, su actuación, en las
reivindicaciones políticas de la hora? ¿Cuál es el eje de sus
pensamientos?
“Acerca de esto, he oído contar cosas muy curiosas a algunos
camaradas rusos y alemanes. Voy a decirle a usted una. Me han contado,
por ejemplo, que una comunista muy inteligente de Hamburgo edita un
periódico para las prostitutas, y quiere organizar a éstas en la lucha
revolucionaria. Rosa sentía y obraba humanamente como comunista cuando,
en un artículo, salió en defensa de unas prostitutas a quienes no sé qué
trasgresión cometida contra las ordenanzas de Policía por las que se
rige el ejercicio de su triste profesión, había llevado a la cárcel.
Estos seres son víctimas de la sociedad burguesa, dignas de lástima por
dos conceptos. Son víctimas de su maldito régimen de propiedad y son
además víctimas de su maldita hipocresía moral. Esto es evidente, y sólo
un hombre zafio y miope puede no verlo. Pero una cosa es comprender
esto y otra cosa muy distinta querer organizar a las prostitutas —¿cómo
diré yo?— gremialmente como una tropa revolucionaria aparte, editando
para ellas un periódico industrial. ¿Es que en Alemania no quedan ya
obreras industriales que organizar, para quienes editar un periódico, a
quienes atraer a nuestras luchas? Se trata, evidentemente, de un brote
enfermizo. Esto me recuerda demasiado aquella moda literaria que
convertía poéticamente a cada prostituta en una santa de los altares.
También aquí era sana la raíz : un sentimiento de solidaridad social, de
rebeldía contra la hipocresía virtuosa de los honorables burgueses.
Pero este sentimiento sano degeneraba y se corrompía en manifestaciones
burguesas. Por lo demás, también a nosotros nos va a plantear más de un
problema difícil el asunto de la prostitución. Hay que tender a
incorporar a las prostitutas al trabajo productivo, a la economía
social. Pero esto es difícil y complicado de conseguir en el estado
actual de nuestra economía y bajo todo el conjunto de circunstancias
actuales. Ahí tiene usted un fragmento del problema de la mujer que se
presenta ante nosotros después de la conquista del Poder por el
proletariado y que reclama una solución práctica. En la Rusia soviética,
esto nos dará todavía mucho que hacer. Pero, volvamos al caso especial
de Alemania. El partido no puede, ni mucho menos, cruzarse de brazos
ante esos desaguisados que cometen sus individuos. Esto crea confusión y
dispersa fuerza. Y usted, vamos a ver, ¿qué ha hecho por impedir estas
cosas?
Antes de que pudiese contestar, Lenin prosiguió:
—En su “Debe”, Clara, hay más cosas apuntadas. Me han contado que en
las veladas de lectura y discusión que se organizan para las camaradas
son objeto preferente de atención el problema sexual y el problema del
matrimonio, y que sobre estos temas versa principalmente el interés y la
labor de enseñanza y de cultura políticas. Cuando me lo dijeron, no
quería dar crédito a mis oídos. El primer Estado de la dictadura
proletaria lucha con los contrarrevolucionarios del mundo entero. La
misma situación de Alemania reclama la más intensa concentración de
todas las fuerzas proletarias, revolucionarias, para cortar los avances
cada vez mayores de la contrarrevolución. ¡Y he aquí que las camaradas
activas se ponen a discutir el problema sexual y el problema de las
formas del matrimonio “en el pasado, en el presente y en el porvenir”!
Creen que su deber más apremiante en esta hora es ilustrar a las
proletarias acerca de esto. Se me dice que la publicación más leída es
un folleto de una joven camarada vienesa sobre la cuestión sexual.
¡Valiente mamarrachada! Lo que interesa de estas cuestiones a los
obreros hace ya mucho tiempo que lo han leído en Bebel… Pero no en un
estilo aburrido, pétreo, esquemático como el del folleto, sino en un
estilo recio de agitación, de agresividad contra la sociedad burguesa.
Querer ampliar eso con las hipótesis freudianas, podrá parecer “culto” y
hasta pasar por ciencia, pero no es más que una estupidez de profanos.
La teoría freudiana es también, hoy, una de esas tonterías de la moda.
Yo desconfío de las teorías sexuales expuestas en artículos, ensayos,
folletos, etc., en una palabra, de esa literatura específica que crece
exuberante en los estercoleros de la sociedad burguesa. Desconfío de
esos que sólo saben mirar al problema sexual como el santo indio a su
ombligo. Me parece que esa exuberancia de teorías sexuales, que en su
mayor parte, no son más que hipótesis, y no pocas veces hipótesis
arbitrarias, brota de una necesidad personal, de la necesidad de
justificar ante la moral burguesa, implorando tolerancia, las
aberraciones de la propia vida sexual anómala o hipertrofiada. A mí me
repugna por igual ese respeto hipócrita a la moral burguesa y ese
constante hociquear en la cuestión sexual. Por mucho que se las dé de
rebelde y de revolucionaria, esta actitud, es, en el fondo,
perfectamente burguesa. Es, en realidad, una tendencia favorita de los
intelectuales y de los sectores afines a ellos. En nuestro Partido, en
el seno del proletariado militante, con conciencia de clase, no tienen
nada que hacer estas cuestiones.
Yo objeté que, bajo el régimen de la propiedad privada y el orden
burgués, el problema sexual y el problema del matrimonio envolvían
múltiples preocupaciones, conflictos y penalidades para las mujeres de
todas las clases y sectores sociales. Que la guerra y sus consecuencias
habían venido precisamente a agudizar para la mujer los conflictos y las
penalidades que las relaciones sexuales llevan consigo, poniendo al
desnudo problemas que antes quedaban ocultos. La atmósfera de la
revolución en marcha se prestaba magníficamente para esto. El viejo
mundo de sentimientos y de ideas comenzaba a vacilar. Los antiguos
vínculos sociales se aflojaban y se rompían, descubriéndose atisbos de
nuevas relaciones y actitudes humanas. Dije que el interés por estas
cuestiones era un signo de la necesidad que se sentía de claridad y de
nuevas orientaciones. Que en esto se revelaba también una reacción
contra la falsedad y la hipocresía de la sociedad burguesa. Que el
tránsito de las formas del matrimonio y de la familia a lo largo de la
historia, bajo la dependencia de la economía, se prestaba para destruir
en la conciencia de las proletarias la fe supersticiosa en la eternidad
de la sociedad burguesa. Que una actitud de crítica histórica ante estos
problemas tenía necesariamente que conducir a un análisis despiadado
del régimen burgués, a poner al desnudo sus raíces y sus efectos, a
marcar con el hierro candente la hipocresía de la moralidad sexual. Que
todos los caminos llevaban a Roma. Que todo lo que fuere analizar con un
criterio verdaderamente marxista una parte importante de la
superestructura ideológica de la sociedad, un fenómeno social destacado,
tenía que conducir necesariamente al análisis de la sociedad burguesa y
del régimen básico de la propiedad, tenía forzosamente que desembocar
¡en el Carthiginem est delendam!
Lenin asentía sonriendo :
—Acaso lo tenemos. ¡Defiende usted como un verdadero abogado a sus
camaradas y a su partido! Claro está que lo que usted dice es cierto.
Pero, en el mejor de los casos, eso no hace más que disculpar, y no
justificar el error cometido en Alemania. Esa conducta es y sigue siendo
un error. ¿Podría usted asegurar seriamente que en aquellas lecturas y
discusiones se estudian el problema sexual y el problema del matrimonio,
desde el punto de vista del marxismo maduro, del materialismo histórico
vivo y real? Esto exige una cultura amplísima y profunda, el dominio
completo de un enorme material. ¿Dónde tienen ustedes los elementos para
eso? Si los tuviesen, no se daría el caso de tomar por norma de
enseñanza en esas lecturas y discusiones un folleto como el que he
citado. En vez de criticarlo, se le recomienda y se le difunde. ¿Y
adónde conduce esa manera superficial y antimarxista de tratar el
problema? A que el problema sexual y el del matrimonio no se enfoquen
como una parte del gran problema social, sino, por el contrario, éste,
el gran problema social, como una parte, como un apéndice de los
problemas sexuales. Lo principal se convierte en lo accesorio. Y esto no
sólo siembra la confusión en estos problemas, sino que empeña los
pensamientos, la conciencia de clase de las proletarias, en general.
“Además, y no es esto lo menos importante, ya el sabio Salomón decía
que todo requería su tiempo. Y dígame usted, ¿acaso es este el momento
de entretener meses y meses a proletarias explicándoles cómo se ama y se
hace el amor, cómo se corteja y se dejan las mujeres cortejar? Claro
está que todo es “en el pasado, en el presente y en el porvenir” y en
los más diversos .pueblos. ¡Y luego dicen, muy orgullosas, que esto es
materialismo histórico! No; en estos momentos, todos los pensamientos de
las camaradas, de las mujeres del pueblo trabajador, deben concentrarse
en la revolución proletaria. Esta echará también las bases para la
necesaria renovación del matrimonio y de las relaciones sexuales. Hoy,
son, en verdad, otros los problemas que están en primer plano, y no
precisamente el de las formas matrimoniales de los negros australianos y
el matrimonio entre hermanos en la antigüedad. El problema primario
para los proletarios alemanes siguen siendo los Soviets. El Tratado de
Versalles y sus efectos en la vida de las masas femeninas, el paro, la
baja de salarios, los impuestos y muchas otras cuestiones : éstos son
los problemas que hoy están a la orden del día. En una palabra, me
sostengo en mi idea de que esa clase de cultura política social, que se
da a las proletarias es falsa, completamente falsa. ¿ Cómo pudo usted
callarse ante estos hechos? Usted debió interponer su autoridad para
evitarlo”.
Expliqué al indignado amigo que, por falta de críticas y de reproches
a las camaradas dirigentes de distintos sitios no había quedado, pero
que ya sabía que nadie era profeta en su tierra ni entre su gente. Que
mis críticas habían hecho recaer sobre mí la sospecha de que conservaba
todavía “fuertes resabios de prejuicios socialdemócratas y de
concepciones pequeñoburguesas pasadas de moda”. Pero que, en fin de
cuentas, la crítica no había sido en balde, pues el problema sexual y el
del matrimonio no eran ya el eje de los cursos y de las discusiones.
Pero Lenin siguió desarrollando la idea tratada.
—Ya sé, ya sé —dijo—; también a mí se me acusa en este respecto de
filisteo por ciertas gentecillas, a pesar de lo que el filisteísmo me
repugna, por lo que encierra de hipocresía y de estrechez. Pero, yo
soporto pacientemente todo eso. Esos pajarillos de pico amarillo,
salidos apenas del cascarón de los prejuicios burgueses, son siempre
terriblemente listos. Pero, ¡qué se va a hacer! Hay que resignarse a
eso, y no corregirse. También el movimiento juvenil adolece de
modernismo en su actitud ante el problema sexual y en su exceso de
preocupación por él —Lenin ponía en la palabra “modernismo” un acento
irónico, haciendo al pronunciarla un gesto desdeñoso Según me han
informado muchos —continuó—, el problema sexual es también tema favorito
de estudio en las organizaciones juveniles alemanas. Los
conferenciantes no dan abasto, al parecer, a la apetencia del público. Y
en el movimiento juvenil, este estrago es especialmente nocivo,
especialmente peligroso. Fácilmente puede conducir, en no pocos jóvenes,
a la exaltación y a la sobreexcitación de la vida sexual, destruyendo
la salud y la fuerza juveniles. Es necesario que luchen ustedes también
contra esto. No en vano el movimiento femenino y juvenil tienen muchos
puntos de contacto. Nuestras camaradas debieran colaborar
sistemáticamente en todos los países con la juventud. Esto sería una
continuación y una exaltación de la maternidad de lo individual a lo
social. Y hay que fomentar en la mujer todo lo que en ella apunte de
vida y de actuación social, para ayudarla a vencer la estrechez de su
psicología individual y pequeñoburguesa de hogar y de familia. Pero esto
es una consideración incidental.
“También aquí una gran parte de la juventud se entrega
apasionadamente a “revisar” las “concepciones burguesas y de la moral”
en los problemas sexuales. Y debo añadir que se trata precisamente de
una gran parte de nuestros mejores jóvenes, de los que realmente
prometen. Es como usted decía antes. En la atmósfera de los estragos de
la guerra y de la revolución en marcha, los viejos valores ideológicos
se disuelven, al estremecerse las bases económicas de la sociedad, y
pierden su fuerza coactiva. Y los nuevos valores cristalizan lentamente,
a fuerza de luchas. También en punto a las relaciones humanas, a las
relaciones entre hombre y mujer, se revolucionan los sentimientos y las
ideas. Se trazan nuevos linderos entre el derecho del individuo y el
derecho de la colectividad y, por tanto, el deber individual. Las cosas
se hallan todavía en plena fermentación caótica. La orientación en la
fuerza evolutiva de las diversas tendencias encontradas, no se destaca
todavía con absoluta claridad. Es un proceso lento, y no pocas veces
doloroso, de destrucción y de creación. Donde más se nota esto es
precisamente en las relaciones sexuales, en el matrimonio y la familia.
La decadencia, la podredumbre, la suciedad del matrimonio burgués, con
su difícil disolubilidad, con su libertad para el hombre y su esclavitud
para la mujer, la hipocresía repugnante de la moral y de las relaciones
sexuales, llenan de profundo asco a los seres espiritualmente más
sensibles y mejores.
“La coacción del matrimonio burgués y de las leyes por que se rige la
familia de los Estados burgueses, agudiza los males y los conflictos.
Es la coacción de la “santa propiedad”, que santifica la venalidad, la
vileza y la porquería. La hipocresía convencional de la honesta sociedad
burguesa se encarga del resto. La gente busca satisfacción a sus
legítimos anhelos contra el orden repugnante y antinatural que impera.
En tiempos como éstos, en que se derrumban reinos poderosos, en que se
vienen a tierra instituciones antiquísimas y en que todo un mundo social
amenaza con hundirse, los sentimientos individuales se transforman
rápidamente, la apetencia y el anhelo de cambios en el goce se desbocan
con harta facilidad.
“No basta con reformar las relaciones sexuales y el matrimonio en un
sentido burgués. Es una revolución sexual y matrimonial la que se
prepara, como corresponde a la revolución proletaria. Es lógico que este
intrincado complejo de problemas que aquí se plantea interese muy
especialmente a las mujeres y a la juventud, puesto que ambas son las
primeras víctimas del falso régimen sexual imperante. La juventud se
rebela contra este abuso con todo el ímpetu de sus años. Y se comprende.
Nada sería más falso que predicar a la juventud un ascetismo monacal y
la santidad moral burguesa. Pero es peligroso que en esos años se
convierta en eje de la vida la cuestión sexual, ya bastante fuerte de
suyo por imperativo fisiológico. Las consecuencias de esto son fatales.
Infórmese usted acerca de esto por nuestra camarada Lilina. Esta mujer
ha podido recoger grandes experiencias en su larga labor en
establecimientos de enseñanza de toda clase y usted sabe que se trata de
una comunista de cuerpo entero y sin prejuicios.
“El cambio de actitud de los jóvenes ante los problemas de la vida
sexual es, por supuesto, una cuestión “de principio”, y pretende
apoyarse en una teoría. Muchos llaman a su actitud “revolucionaria” y
“comunista”. Y creen honradamente que lo es. A mi, que soy viejo, eso no
me impone. Y aunque no tengo nada de asceta sombrío, me parece que lo
que llaman “nueva vida sexual” de los jóvenes —y a veces también de
hombres maduros– no es, con harta frecuencia, más que una vida sexual
puramente burguesa, una prolongación del prostíbulo burgués. Todo eso no
tiene nada que ver con la libertad amorosa, tal como la concebimos los
comunistas. Seguramente conoce usted la famosa teoría de que, en la
sociedad comunista, la satisfacción del impulso sexual, de la necesidad
amorosa, es algo tan sencillo y tan sin importancia como “el beberse un
vaso de agua”. Esta teoría del vaso de agua ha vuelto loca,
completamente loca a una parte de nuestra juventud, y ha sido fatal para
muchos chicos y mucha muchachas. Sus defensores afirman que es una
teoría marxista. Yo no doy tres perras chicas por ese marxismo que
quiere derivar todos los fenómenos y todas las transformaciones operadas
en la superestructura ideológica de la sociedad directamente y en línea
recta de su base económica. No; la cosa no es tan sencilla, ni mucho
menos. Ya lo puso de manifiesto hace mucho tiempo, por lo que se refiere
al materialismo histórico, un tal Federico Engels.
“La famosa teoría del vaso de agua es, a mi juicio, completamente
antimarxista y, además, antisocial. En la vida sexual, no sólo se
refleja la obra de la naturaleza, sino también la obra de la cultura,
sea de nivel elevado o inferior. En su obra sobre los “orígenes de la
familia”, Engels ha demostrado la importancia que tiene el que el
instinto sexual fisiológico se haya desarrollado y refinado hasta
convertirse en amor sexual individual. Las relaciones entre los sexos no
son un simple reflejo del intercambio entre la Economía social y una
sociedad física aislada mentalmente por la consideración fisiológica. El
querer reducir directamente a las bases económicas de la sociedad la
transformación de estas relaciones, aislándolas y desglosándolas de su
entronque con la ideología general, no sería marxismo, sino
racionalismo. Es evidente que quien tiene sed debe saciarla. Pero, ¿es
que el hombre normal y en condiciones normales, se dobla sobre el barro
de la calle para beber en un charco? ¿O, simplemente, de un vaso cuyos
bordes conservan las huellas grasientas de muchos labios? Pero, todavía
más importante que todo esto es el aspecto social. Pues el acto de beber
agua es, en realidad, un acto individual, y en el amor intervienen dos
seres y puede nacer un tercero, una nueva vida. En este acto reside un
interés social, un deber hacia la colectividad.
“Como comunista, yo no tengo la menor simpatía por la teoría del vaso
de agua, aunque se presente con la vistosa etiqueta de “emancipación
del amor”. Por lo demás, esta pretendida emancipación del amor no es ni
comunista ni nueva. Como usted recordará, es una teoría que se predicó,
principalmente, a mediados del siglo pasado en la literatura con el
nombre de “libertad del corazón”. Luego, la realidad burguesa demostró
que de lo que se trataba era de libertar no al corazón, sino a la carne.
Por lo menos, la predicación de aquel entonces denotaba más talento que
la de hoy; por lo que se refiere a la realidad práctica, no puedo
juzgar. Y no es que yo, con mi crítica, quiera predicar el ascetismo.
Nada de eso. El comunismo no tiene por qué aspirar a una vida ascética,
sino, por el contrario, a una vida gozosa y plena de fuerza, colmada,
aun en lo que se refiere al amor. Pero, a mi parecer, esa hipertrofia de
lo sexual que hoy se observa a cada paso, lejos de infundir goce y
fuerza a la vida, se los quita. Y en momentos revolucionarios, esto es
grave, muy grave.
“La juventud, sobre todo, necesita alegría y fuerza vital. Deportes
sanos, gimnasia, natación, marchas, ejercicios físicos de todo género,
variedad de intereses espirituales. ¡Aprender, estudiar, investigar,
haciéndolo, siempre que sea posible, colectivamente!
“Todo esto dará a la juventud más que las eternas conferencias y
discusiones sobre problemas sexuales y sobre el dichoso derecho a “vivir
su vida”. ¡Cuerpo sano, espíritu sano! Ni monje ni don Juan, pero
tampoco ese término medio del filisteo alemán. Seguramente, conoce usted
a nuestro joven camarada X. I. Z., un muchacho magnífico,
inteligentísimo. Pues, a pesar de todo, temo que no saldrá nada de él.
No hace más que saltar de aventura en aventura femenina. Eso no sirve
para la lucha política, ni sirve para la revolución. Yo me fío muy poco
de la solidez, de la perseverancia en la lucha de esas mujeres en
quienes la novela personal se entreteje con la política. Y tampoco me
fío de los hombres que corren detrás de cada falda y se dejan pescar por
la primera mujercita joven. Eso no se concilia con la revolución”
—Lenin se puso en pie, golpeó la mesa con la mano y dio unos cuantos
pasos por la habitación.
“La revolución exige concentración, exaltación de fuerzas. De las
masas y de los individuos. No tolera esas vidas orgiásticas propias de
los héroes y las heroínas decadentes de un D’Annuzio. El desenfreno de
la vida sexual es un fenómeno burgués, un signo de decadencia. El
proletariado es una clase ascensional. No necesita embriagarse, ni como
narcótico ni como estímulo. Ni la embriaguez de la exaltación sexual ni
la embriaguez por el alcohol. No debe ni puede olvidarse, ni olvidar lo
abominable, lo sucio, lo salvaje que es el capitalismo. Su situación de
clase y el ideal comunista son los mejores estímulos que pueden
impulsarle a la lucha. Necesita claridad, claridad y siempre claridad.
Por tanto, lo repito, nada de debilitarse, de derrochar, de destruir sus
fuerzas. El que sabe dominarse y disciplinarse no es un esclavo, ni aun
en amor. Pero, perdone usted, Clara. Me he desviado considerablemente
del punto de partida de nuestra conversación. ¿Por qué no me ha llamado
usted al orden? Las preocupaciones me han soltado la lengua. Me inquieta
mucho el porvenir de la juventud. Es un fragmento de la revolución. Y
si apuntan fenómenos nocivos que entran al mundo de la revolución
arrastrándose desde el mundo de la sociedad burguesa —como las raíces de
esas plantas parásitas, que se arrastran y se extienden a grandes
distancias—, es mejor darles la batalla cuanto antes. Por lo demás,
estos problemas forman también parte de los problemas de la mujer”.
Lenin había hablado con gran vivacidad y una gran energía. Se veía
que cada palabra le salía del alma, y la expresión de su cara lo
confirmaba así. De vez en cuando, un enérgico movimiento hecho con la
mano subrayaba un pensamiento. A mí me asombraba que Lenin no se
preocupase solamente de los grande problemas políticos, sino que
dedicase también gran atención a las manifestaciones concretas y
aisladas, ocupándose de ellas. Y no sólo en la Rusia soviética, sino
también en los Estados gobernados todavía por el capitalismo. Como gran
marxista que era, enfocaba lo concreto, dondequiera y bajo la forma que
se presentase, en conexión con lo general, con los grandes problemas, y
en cuanto a su importancia respecto a éstos. Su voluntad, la meta de su
vida, se encaminaban en bloque, inconmovibles como una fuerza natural
irrefrenable, a un solo fin: acelerar la revolución como obra de las
masas. Por eso lo valoraba y lo enjuiciaba todo por la reacción que
pudiera producir sobre las fuerzas conscientes propulsoras de la
revolución. De la revolución nacional e internacional, pues ante. sus
ojos se alzaba siempre, abarcando en su integridad la realidad histórica
concreta de los diversos países y las diversas etapas de la evolución,
la revolución proletaria mundial, una e indivisible.
—¡Cómo siento, camarada Lenin —exclamé—, que. no hayan oído sus
palabras cientos, miles de personas ! A mí, ya sabe usted que no
necesita convencerme. Pero hubiera sido conveniente que los amigos y los
enemigos escuchasen su opinión.
Lenin sonrió burlonamente :
—Tal vez escriba o hable algún día acerca de estas cuestiones. Más
adelante; ahora no. Ahora, hay que concentrar toda la fuerza y todo el
tiempo en otras cosas. Tenemos cuidados mayores y más graves. La lucha
por afirmar y consolidar el Estado soviético no ha terminado todavía, ni
mucho menos. Tenemos que digerir las consecuencias de la guerra con
Polonia y procurar sacar lo mejor que podamos de su terminación. En el
Sur está todavía Wrangel. Claro está que tengo la firme convicción de
que terminaremos con él. Esto dará también que pensar a los
imperialistas ingleses y franceses y a sus pequeños vasallos. Pero
tenemos todavía delante de nosotros la parte más difícil de nuestra
tarea : la edificación. Esta pondrá también de relieve, como problemas
actuales, los problemas de las relaciones sexuales, del matrimonio y la
familia. Mientras tanto, tendrán ustedes que arreglárselas como puedan,
cuando y donde esos problemas se planteen. Impidiendo que se traten de
un modo antimarxista y que sirvan para alimentar desviaciones sordas y
manejos ocultos. Y con esto, pasamos a hablar, por fin, de su labor
—Lenin miró el reloj—. El tiempo de que dispongo para usted va ya
promediado —dijo—. He charlado más de la cuenta. Debe usted redactar
líneas directrices para la labor comunista entre las masas femeninas.
Como conozco la posición de principio de usted y su experiencia
práctica, nuestra conversación acerca de esto puede ser breve. Vamos,
pues, allá. ¿Cómo concibe usted esas líneas directrices?
Tracé un resumen rápido de ellas. Lenin asentía constantemente con la
cabeza. Sin interrumpirme. Cuando hube terminado, le miré como
interrogándole.
REVOLUCIÓN CULTURAL
"En el mundo actual, toda cultura, toda literatura y arte pertenecen a una clase determinada y están subordinados a una línea política determinada. No existe en realidad, arte por el arte, ni arte que esté por encima de las clases, ni arte que se desarrolle paralelo a la política o sea independiente de ella. La literatura y el arte proletarios son parte de la causa de la revolución proletaria en su conjunto; son, como decía Lenin, engranajes y tornillos del mecanismo general de la revolución." - Mao Tse-tung
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario